En recuerdo de un Hermano en el día de Difuntos
Deseo hoy, en el Día de Difuntos, traer hasta este hueco histórico el recuerdo de un Hermano Enrique Villar Valdés,
Un propietario con residencia en La Isla (Colunga) donde nace el 23 de Noviembre de 1856. De este francmasón colungués es muy parca la información existente, que es de algún modo una constante en la mayoría de los expedientes masónicos.
En torno a este hiramita hay una singularidad y es que su tumba es la única en Asturias que tiene grabada una expresiva simbología masónica en su lápida y que se salvó de las distintas “razzias” franquistas que se atrevieron a entrar a saco en los recintos sagrados para hacer desaparecer todo vestigio de lo que Franco y el régimen consideró su enemigo acérrimo.
En el Cementerio del Sucu en Ceares (Gijón), en el recinto dedicado a cementerio civil (y por el que tanto lucharon los librepensadores como digna morada de su descanso eterno) en un recoleto lugar donde hay diversos masones enterrados de forma anónima, está la sencilla tumba de la librepensadora y masona Rosario de Acuña, y justo a su izquierda hay otra tumba, la de Enrique Villar Valdés, que por el tipo de piedra y la acción del tiempo, se fue ennegreciendo y cubriendo de musgo, en una natural acción de mimetismo que ha hecho que los símbolos masónicos aún hoy se conserven. (Como contraste en la zona fronteriza entre la parte católica y la civil, hay que pasar por delante de un gran mausoleo: el de Marcelino González García también masón y filántropo que ayudó sobre manera a la Escuela Neutra , era además propietario de muchos terrenos en la zona del Llano, cuyas calles llevan hoy el nombre de sus hijos: Marcelino, Rosalía...) ambos dos masones Marcelino y Enrique comparten frontera en el cementerio del Sucu, uno como católico y el otro como librepensador, uno se hace enterrar en la parte civil y con la sencillez del masón, otro se entierra en la parte católica y en su memoria se levanta un impresionante mausoleo, ambas concepciones convivían en la logia Jovellanos 337.
Los encargados de la desaparición de símbolos siguiendo la orden el 21 de Diciembre de 1938, dada por el Generalísimo en su neuro-patalogía contubernista, ordenó la destrucción de las inscripciones o símbolos de carácter masónico que ofendieran a la iglesia, que se les pasó inadvertida la de Enrique por la razón apuntada de cierto mimetismo natural de la piedra, razón por la cual hoy han llegado hasta nosotros la clara simbología masónica que reproduce el pentagrama de cinco ángulos con la G, y en la parte baja de éste una escuadra y encima de todo ello un compás.
¿ Pero quién era este significado personaje que hizo grabar en su última morada tales signos...? Sabemos que Enrique se inicia en la masonería en el seno de la Respetable Logia Jovellanos 337 en Febrero de 1913 con el simbólico de “Sella” que, el 6 Noviembre de 1914, es exaltado al grado de Compañero (2º); y que un año más tarde, en Diciembre, entra en la Cámara de Maestros al ser exaltado al grado correspondiente de Maestro Masón (3º). En 1916, se hace cargo de la secretaría del taller, con del grado de Maestro Perfecto (4º), tres años más tarde ocupará el cargo de 1º Vigilante adjunto.
Valdés Villar, al igual que el resto de hermanos, pasa en Diciembre de 1923 al nuevo taller Jovellanos 1; (bajo la adscripción de la Gran Logia Regional del Noroeste) y va desempeñando varias tareas hasta que este taller comunica al Gran Oriente y al resto de la obediencia, en su boletín del Mayo de 1927, “...que el H:. Enrique Valdés Villar con el grado capitular de Maestro Elegido de los Nueve (9º), ha pasado al Oriente Eterno”.
Su actividad cultural está relacionada fundamentalmente con la Escuela Neutra Graduada que estaba situada, en un primer momento, en el mismo edificio de la Logia Jovellanos, en el nº 34 de la calle Menéndez Valdés. Más tarde todo ello se trasladaría a la Calle de la Playa donde se ubicaría la sede de la logia Regional del Noroeste y todos los talleres dependientes de ella, como la Logia Riego y el Capítulo de Caballeros Rosacruces Vigilantes de Asturias, en el amplio local que se construyó también encontró un hueco las actividades de aquellos que abdicaban de la formación religiosa, y cuyos enemigos la apodaban como “La Escuela sin Dios”
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Según el informe anual del taller que elabora como venerable Alberto de Lera, se comenta que en dichas aulas estudiaban 63 chicos de pago y 17 con la instrucción gratuita, y su financiación venía de partidas como la que aportaba el Ayuntamiento de Gijón, cifrada en aquellos momentos en una ayuda de 1.000 ptas anuales, y de las propias capitaciones de los hermanos masones, tal y como se recoge en un informe al Gran Consejo Federal Simbólico en 1916:
.... a la Logia Jovellanos y especialmente al esfuerzo de algunos H:. que la integran,- los miembros de la logias asturianas estaban obligados a capitar una parte para la Logia y otra para sostenimiento de tal proyecto -, Se debe que aún subsista un centro donde la infancia puede recibir instrucción alejada del dogmatismo y rutinas que castran las inteligencias y cuyos resultados tocamos continuamente en todos los órdenes de la vida social.
Entre esos hermanos francmasones se encontraba Valdés Villar, que aparte de sus capitaciones y donativos, todos los años hacía un donativo especial, como así se recoge en las actas de la Sociedad de Amigos de la Enseñanza, de Marzo 1925, donde se indica “se envíe una comunicación de agradecimiento a D. Enrique Villar Valdés por su donativo anual “.
El 13 Abril de 1927 Enrique Valdés Villar pasa al Oriente Eterno y como tal es enterrado en Gijón, su lápida será sufragada por la GLRN, y su sepultura es adquirida en propiedad por 250 pesetas un mes más tarde por su hermana de sangre, que vivía en el barrio de La Pipa en Somió. En la actualidad, sus restos aún reposan en el Cementerio del Sucu, esperando que algún proyecto de los actuales librepensadores asturianos en pro de la dignificación de los cementerios pueda enmendar el deterioro que sufre tan célebre tumba.
Víctor Guerra.
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