Rosario Acuña: librepensadora republicana
El pasado 5 de mayo se cumplieron 84 años del fallecimiento de Rosario de Acuña, ocurrido en 1923 en Gijón, donde residió los últimos años de su vida afectada por una pertinaz ceguera. Todavía hoy puede visitarse su tumba en el cementerio del Sucu, en Ceares. En el Gijón actual, Rosario de Acuña da nombre a un paseo, a una logia masónica (bajos los auspicios del GODF) , a una Escuela Taller y al Instituto de Educación Secundaria donde estudió el que suscribe, además de al Premio de Investigación que convoca el citado centro. Demasiado poco, no obstante, para honrar la memoria de esta luchadora adelantada a su tiempo, considerando los honores que algunas nomenclaturas de la ciudad rinden a ciertos personajes de talla escueta y merecimientos más que discutibles; demasiado poco para que los gijoneses y gijonesas de a pie sepan quién fue esta mujer de bandera; demasiada obstinación en magnificar la actual democracia al elevado precio de silenciar los desvelos de los esforzados pioneros que ya en el siglo XIX defendieron los más elementales fundamentos del Estado democrático de derecho, desvelos dignos de mayor encomio en el caso de mujeres que, como Rosario, corrieron más riesgos por implicarse en la propaganda de esos ideales que los varones que hacían lo mismo por aquel entonces.
Doña Rosario, que antes de cumplir la treintena suscribió un artículo literario en EL COMERCIO en el que todavía empleaba su apellido de casada (lo hizo el 27 de octubre de 1880, firmando como Acuña de Laiglesia), fue demócrata cuando serlo no estaba de moda; fue librepensadora cuando quien disentía del pensamiento oficial era despiadadamente hostigado; fue masona cuando, contra todas las patrañas difundidas desde los portavoces del ultramontanismo, en las logias se trabajaba por la modernización, el progreso y la regeneración del país, mediante el fomento de valores que, aún hoy, son tenidos en alta estima por cualquier demócrata que se precie; fue defensora de los sectores obreros y desfavorecidos cuando con su miseria se engrasaba el despegue industrial; y fue feminista cuando el feminismo era en España un movimiento en pañales.
Además de todo eso, también fue republicana, algo que parece olvidarse con demasiada frecuencia, quizá porque, pese a frecuentar los círculos de sociabilidad democrática (ateneos, círculos, casinos ), no abundan demasiado las declaraciones en las que Acuña explicita sus simpatías por el republicanismo. Esto debiera ponerse en conexión con los colosales peligros y obstáculos que por lo general tuvieron que afrontar las mujeres que hicieron pública su predilección por este ideario. Ejemplo harto elocuente de ello es el de Ángeles López de Ayala, una popular republicana que por sus ideas contra el catolicismo y la monarquía sufrió persecuciones, estuvo tres veces en prisión, vio cómo le prendían fuego a su casa de Santander, fue encausada en siete procesos y llegó a ser agredida a tiros. La propia Rosario de Acuña, que tampoco se libró de las arbitrariedades de una justicia implacable con las heterodoxias, durante una visita que realizó a Luarca en 1887, fue amenazada de muerte para que pusiera fin a «su propaganda de hereje». Sea como fuere, es perfectamente posible localizar algunos testimonios e indicios lo suficientemente ilustrativos acerca de su republicanismo.
En un artículo titulado «A las mujeres del siglo XIX» y publicado en 1887 en el periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, Rosario de Acuña, con intención de abrirles los ojos a «sus hermanas», cuestionaba los tradicionales roles de género al recordarles a aquellas mujeres decimonónicas, entonces subordinadas al marido -o al padre-, relegadas al espacio doméstico y carentes de plenos derechos civiles y políticos, que «el amor sexual no era su único destino», y que «antes de ser hijas, esposas y madres, eran criaturas racionales» que lo mismo podían «criar hijos que educar pueblos». Lo interesante en el tema que nos ocupa es que en ese artículo Rosario asociaba las libertades, la regeneración del país y la emancipación de la mujer a la República, y hacía una llamada a sus congéneres para que defendieran ese régimen político; por añadidura, el que esa llamada la realizara una mujer la convertía en un reclamo mucho más atractivo, como hizo notar en cierta ocasión una lectora del semanario, que envió una de las muchísimas felicitaciones que desde toda España recibiría por sus escritos la carismática librepensadora: «usted es mujer, y como mujer, habla más a nuestras recónditas fibras, despierta con más suavidad nuestras íntimas aspiraciones».
No es casual que el semanario Las Dominicales, a cuya causa se había adherido Rosario públicamente en 1885 mediante el envío de una carta, repitiera hasta la saciedad en sus editoriales que había venido al estadio de la prensa a defender la República y el librepensamiento, y que estos dos términos eran a su juicio sinónimos, gemelos y equivalentes. Pero, además, tampoco son casuales los numerosos testimonios en los que se aprecia cómo los propios republicanos veían en Acuña una correligionaria. No hay más que repasar las cartas que los lectores enviaban a los periódicos antimonárquicos, porque en ellas, mientras unos se congratulaban de que Rosario se contara «dentro de la gran familia republicana y librepensadora», otros se felicitaban de que «a sus laureles de escritora hubiese añadido los de defensora del librepensamiento y de la República», por no hablar de los que terminaban dando vivas a la República y saludándola a ella y a otras combatientes por la libertad, como Belén Sárraga, Amalia Carvia o la citada López de Ayala. Incluso los periódicos monárquicos colgaron a doña Rosario la etiqueta de republicana; a veces sutilmente, como cuando desde el conservador La Época se le espetó que le sentaba «detestablemente el gorro colorado», en clara alusión al gorro frigio, símbolo por excelencia del republicanismo tomado de la Francia revolucionaria.
Debieran traerse a colación, asimismo, los elogios que la propia Acuña dirigió a muchos de los más conspicuos líderes republicanos de la época, incluidos algunos de los que aspiraban a traer la República mediante una insurrección militar, pues una vez se refirió al cabecilla de la última sublevación orquestada por la Asociación Republicana Militar, Manuel Villacampa, como un «héroe a quien la historia inmortalizará». Su postura en este punto, como la de otros republicanos, no mermaba un ápice el espíritu democrático que la animaba: recuérdese que un golpe militar, el de Pavía, había puesto de hecho fin a la República de 1873, y que otro, el de Martínez Campos, había devuelto el trono a los Borbones, restaurando la monarquía en la figura de Alfonso XII; para los republicanos, en suma, la soberanía nacional había sido burlada. En todo caso, el librepensamiento republicano de Acuña -o, si se quiere, su libre republicanismo- se desvinculó de todo partido o escuela, y de ahí que llegara a afirmar: «Ni soy socialista, ni anarquista, ni republicana, en el sentido "redilesco" de esas adjetivaciones; nada que huela a dogma, imposición y enchiramiento». Su republicanismo fue, pues, no redilesco; independiente, por así decir.
Pero, aparte del hecho de preferir la República a la Monarquía, ¿qué implicaba que Rosario de Acuña fuese republicana? Pues, a grandes rasgos, implicaba -entre otras cosas- defender las libertades y los derechos más irrenunciables del ser humano (libertad de expresión, libertad de imprenta, libertad de cultos, derecho de reunión y asociación, sufragio, etcétera); apostar por la universalización y gratuidad de la enseñanza y la cultura; combatir los privilegios y la intransigencia de la Iglesia católica en nombre de la libertad y el racionalismo; oponerse a la esclavitud y a la pena de muerte; luchar por la gradual emancipación de la mujer, comenzando por estimular su acceso a la instrucción y dilatar su campo de actuación más allá de los muros del hogar; pugnar por la progresiva mejora de la condición de las clases obreras, empezando por la reducción de la jornada laboral y el incremento de los salarios implicaba, en pocas palabras, democratizar la sociedad española y modernizar el país para sacarlo del secular y penoso atraso en que se hallaba sumido.
Artículo publicado en Diario El Comercio 29 de Mayo 2007
SERGIO SÁNCHEZ COLLANTES
/INVESTIGADOR EN EL DEPARTAMENTO DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
Doña Rosario, que antes de cumplir la treintena suscribió un artículo literario en EL COMERCIO en el que todavía empleaba su apellido de casada (lo hizo el 27 de octubre de 1880, firmando como Acuña de Laiglesia), fue demócrata cuando serlo no estaba de moda; fue librepensadora cuando quien disentía del pensamiento oficial era despiadadamente hostigado; fue masona cuando, contra todas las patrañas difundidas desde los portavoces del ultramontanismo, en las logias se trabajaba por la modernización, el progreso y la regeneración del país, mediante el fomento de valores que, aún hoy, son tenidos en alta estima por cualquier demócrata que se precie; fue defensora de los sectores obreros y desfavorecidos cuando con su miseria se engrasaba el despegue industrial; y fue feminista cuando el feminismo era en España un movimiento en pañales.
Además de todo eso, también fue republicana, algo que parece olvidarse con demasiada frecuencia, quizá porque, pese a frecuentar los círculos de sociabilidad democrática (ateneos, círculos, casinos ), no abundan demasiado las declaraciones en las que Acuña explicita sus simpatías por el republicanismo. Esto debiera ponerse en conexión con los colosales peligros y obstáculos que por lo general tuvieron que afrontar las mujeres que hicieron pública su predilección por este ideario. Ejemplo harto elocuente de ello es el de Ángeles López de Ayala, una popular republicana que por sus ideas contra el catolicismo y la monarquía sufrió persecuciones, estuvo tres veces en prisión, vio cómo le prendían fuego a su casa de Santander, fue encausada en siete procesos y llegó a ser agredida a tiros. La propia Rosario de Acuña, que tampoco se libró de las arbitrariedades de una justicia implacable con las heterodoxias, durante una visita que realizó a Luarca en 1887, fue amenazada de muerte para que pusiera fin a «su propaganda de hereje». Sea como fuere, es perfectamente posible localizar algunos testimonios e indicios lo suficientemente ilustrativos acerca de su republicanismo.
En un artículo titulado «A las mujeres del siglo XIX» y publicado en 1887 en el periódico Las Dominicales del Libre Pensamiento, Rosario de Acuña, con intención de abrirles los ojos a «sus hermanas», cuestionaba los tradicionales roles de género al recordarles a aquellas mujeres decimonónicas, entonces subordinadas al marido -o al padre-, relegadas al espacio doméstico y carentes de plenos derechos civiles y políticos, que «el amor sexual no era su único destino», y que «antes de ser hijas, esposas y madres, eran criaturas racionales» que lo mismo podían «criar hijos que educar pueblos». Lo interesante en el tema que nos ocupa es que en ese artículo Rosario asociaba las libertades, la regeneración del país y la emancipación de la mujer a la República, y hacía una llamada a sus congéneres para que defendieran ese régimen político; por añadidura, el que esa llamada la realizara una mujer la convertía en un reclamo mucho más atractivo, como hizo notar en cierta ocasión una lectora del semanario, que envió una de las muchísimas felicitaciones que desde toda España recibiría por sus escritos la carismática librepensadora: «usted es mujer, y como mujer, habla más a nuestras recónditas fibras, despierta con más suavidad nuestras íntimas aspiraciones».
No es casual que el semanario Las Dominicales, a cuya causa se había adherido Rosario públicamente en 1885 mediante el envío de una carta, repitiera hasta la saciedad en sus editoriales que había venido al estadio de la prensa a defender la República y el librepensamiento, y que estos dos términos eran a su juicio sinónimos, gemelos y equivalentes. Pero, además, tampoco son casuales los numerosos testimonios en los que se aprecia cómo los propios republicanos veían en Acuña una correligionaria. No hay más que repasar las cartas que los lectores enviaban a los periódicos antimonárquicos, porque en ellas, mientras unos se congratulaban de que Rosario se contara «dentro de la gran familia republicana y librepensadora», otros se felicitaban de que «a sus laureles de escritora hubiese añadido los de defensora del librepensamiento y de la República», por no hablar de los que terminaban dando vivas a la República y saludándola a ella y a otras combatientes por la libertad, como Belén Sárraga, Amalia Carvia o la citada López de Ayala. Incluso los periódicos monárquicos colgaron a doña Rosario la etiqueta de republicana; a veces sutilmente, como cuando desde el conservador La Época se le espetó que le sentaba «detestablemente el gorro colorado», en clara alusión al gorro frigio, símbolo por excelencia del republicanismo tomado de la Francia revolucionaria.
Debieran traerse a colación, asimismo, los elogios que la propia Acuña dirigió a muchos de los más conspicuos líderes republicanos de la época, incluidos algunos de los que aspiraban a traer la República mediante una insurrección militar, pues una vez se refirió al cabecilla de la última sublevación orquestada por la Asociación Republicana Militar, Manuel Villacampa, como un «héroe a quien la historia inmortalizará». Su postura en este punto, como la de otros republicanos, no mermaba un ápice el espíritu democrático que la animaba: recuérdese que un golpe militar, el de Pavía, había puesto de hecho fin a la República de 1873, y que otro, el de Martínez Campos, había devuelto el trono a los Borbones, restaurando la monarquía en la figura de Alfonso XII; para los republicanos, en suma, la soberanía nacional había sido burlada. En todo caso, el librepensamiento republicano de Acuña -o, si se quiere, su libre republicanismo- se desvinculó de todo partido o escuela, y de ahí que llegara a afirmar: «Ni soy socialista, ni anarquista, ni republicana, en el sentido "redilesco" de esas adjetivaciones; nada que huela a dogma, imposición y enchiramiento». Su republicanismo fue, pues, no redilesco; independiente, por así decir.
Pero, aparte del hecho de preferir la República a la Monarquía, ¿qué implicaba que Rosario de Acuña fuese republicana? Pues, a grandes rasgos, implicaba -entre otras cosas- defender las libertades y los derechos más irrenunciables del ser humano (libertad de expresión, libertad de imprenta, libertad de cultos, derecho de reunión y asociación, sufragio, etcétera); apostar por la universalización y gratuidad de la enseñanza y la cultura; combatir los privilegios y la intransigencia de la Iglesia católica en nombre de la libertad y el racionalismo; oponerse a la esclavitud y a la pena de muerte; luchar por la gradual emancipación de la mujer, comenzando por estimular su acceso a la instrucción y dilatar su campo de actuación más allá de los muros del hogar; pugnar por la progresiva mejora de la condición de las clases obreras, empezando por la reducción de la jornada laboral y el incremento de los salarios implicaba, en pocas palabras, democratizar la sociedad española y modernizar el país para sacarlo del secular y penoso atraso en que se hallaba sumido.
Artículo publicado en Diario El Comercio 29 de Mayo 2007
SERGIO SÁNCHEZ COLLANTES
/INVESTIGADOR EN EL DEPARTAMENTO DE HISTORIA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
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